lunes, 11 de agosto de 2008

Beso de madrugada.

Con los ojos cerrados en la aparente quietud de la noche,
bésame, bésame muy despacio y lléname los pulmones de tí.
Es importante que no permitas que ese beso se pierda en la escabrosa oscuridad de la madrugada. Guíalo, condúcelo a su destino.
Que la sensación de ocupar el mismo espacio que tú, es lo que mi cuerpo ansía siempre.
Calladamente en ése roce de labios, deja que mi corazón amante escuche
que es amado verdaderamente.
En la claridad de tu más supremo encantamiento, déjame sentir
que soy para tí lo que nadie más ha sido.
Concede a mi labio - ¡oh, flor viva! - el dulce deseo de sentir la mariposa liviana
que dormita en el umbral de tu rostro sereno.
No lo pienses, no lo dudes. Que el momento de besar sucede justamente cuando,
al mirarme a tu lado, imaginas disolver la infinita distancia que nos separa en la cama
para encontrarnos en el mismo cuerpo, fusionando la carne en carne, respirando el mismo aire y acortándome la vida sin piedad: envenéname con tu boca.
AtL